"No son enfermos mentales. Si lo fueran, tendrían antecedentes de agresión a otras personas. (...) Y sin embargo, sólo descargan la violencia contra sus mujeres. (...)"

Lo que se obtiene con violencia, solamente se puede mantener con violencia.

Mahatma Gandhi. 1869-1948. Político y pensador indio.


Nadie puede amar sus cadenas, aunque sean de oro puro.

John Heywood

lunes, 17 de enero de 2011

CARTA PIDIENDO AYUDA

Buenas tardes:


Acudo a vosotros por si podéis hacer pública mi indignación con respecto al tratamiento a las víctimas de violencia de género al menos en la Provincia de Málaga.


La verdad es que el asunto es bastante farragoso y largo de contar pero intentaré resumir.


Aunque suene a tópico, es verdad, escribo con respecto a una amiga y no es mi caso en particular ,aunque nadie está exento de que le ocurra algo parecido.


Llamaremos María a mi amiga.


María es una mujer separada, con dos hijos menores de edad de 12 y 8 años respectivamente, que percibe 400€ de pensión alimenticia por sus dos niños y ella 0€ después de 11 años de convivencia con el ser que dice llamarse padre de sus hijos. No sólo vive de alquiler porque en el domicilio conyugal reside el susodicho, sino que además en el acuerdo de separación se determinó que ella es deudora solidaria de la hipoteca porque el régimen matrimonial era el de separación de bienes ( en las condiciones de la separación no voy a entrar porque es otro capítulo ). Para ahondar un poco más en el asunto, deciros que este señor no paga su cuota de hipoteca desde hace 2 años, sobre la vivienda pesa una orden de embargo y mi amiga no puede tener a sus nombre ni una lavadora.


Trabaja en el comedor de un colegio y percibe una renta mensual no superior a los 500€ y con eso tiene que tirar para adelante con los dos pequeños.


Tampoco tiene un tejido social que la ampare, por lo que solita intenta salir del abismo en el que está sumida.


Tras su separación, psicológicamente podéis imaginar como quedó, autoestima por los suelos, ansiedad, sensación de culpa y fracaso etc.….. y precisamente en estos escenarios aparecen los depredadores de mujeres y con sus promesas, falso cariño, manipulación mental etc. se hacen con ellas y por ende con su voluntad.


Llegamos así a su desesperada situación actual después de dos años de infierno al lado de un maltratador: ya hubo orden de alejamiento, pero en estas situaciones estos cazadores saben como retener a su presa y consiguió hasta el sobreseimiento del caso y la tramitación de un indulto. Tras varias idas y venidas que cada vez la han sumido en un pozo más hondo, ha sido la doctora de cabecera de mi amiga quien ha decidido denunciar nuevamente a este individuo.


Aquí comienza verdaderamente el motivo de mi indignación, porque en esta situación desesperada , con riesgo de exclusión social y con dos menores sufriendo todo esto, comenzamos a llamar a las puertas maravillosas que se nos venden por los políticos a través de los medios de comunicación y ¡ohhhhhhhhhhh! Sorpresa, todo es puro marketing, de cara a la galería, y por la foto oportuna gana votos, pero detrás y a poco que rasques encuentras un muro macizo y puertas cerradas, funcionarios apáticos que te mandan de teléfono en teléfono como si de dar de baja el teléfono móvil se tratara, sin cariño, sin saber escuchar, sin paciencia, en definitiva, sin la humanidad que el trato con éstas personas requiere.


Evidentemente, parto de la base que a las instituciones las hacen las personas que las gestionan, no todos son iguales, pero baste decir que después de una semana entera llamando a todos sitios, lo único que hemos sacado en claro es que la descentralización territorial es un cáncer con metástasis, que la burocracia ralentiza hasta el extremo hasta estas situaciones desesperadas, que los servicios sociales no tienen dotación económica y que hasta los talleres y cursos para poder hacerte con las riendas de tu vida tienes que pagarlos porque ya no son gratuitos.


Mientras tanto el maltratador está en la calle, llenando su teléfono, skype, facebook etc. de amenazas veladas y no tan veladas, que ahora hay una denuncia, que María continúa en su apartamento de una habitación con sus dos hijos, que este tipo no sabemos cómo va a reaccionar ante la denuncia y que la psicóloga de asuntos sociales de su localidad le ha dicho que tome flores de Bach, que vea la película Te doy mis ojos, que vaya al cine, que pague alguno de los talleres y que en 15 días será otra persona y llegará al cénit en su situación psicosocial.


Aunque parezca de cachondeo, lo que cuento es literal, por todo esto rogaría que alguien pueda indicarnos cómo proceder, si hay alguna asociación seria en la provincia de Málaga que ayude a María a reconducir su vida, porque hay una a la que he llamado y el teléfono es un fax, he enviado un mail hace tres días y no he obtenido respuesta y mientras tanto el tiempo corre y no sabemos qué puede pasar.


Gracias de antemano por leer esta historia tan larga y desesperadamente solicito una ayuda en este tortuoso camino

TESTIMONIO VERIDICO

sábado, 15 de enero de 2011

ACOSO MORAL

POR: Cristina Polo Usaola. Psiquiatra. Servicios de salud Mental de Hortaleza. Madrid.

INTRODUCCIÓN

El interés de la Psicología y Psiquiatría en estudiar las consecuencias psicológicas de la violencia a la mujer en la relación de pareja ha sido muy tardío. Inicialmente se prestó más atención a la búsqueda de explicaciones de las circunstancias que hacían que la mujer fuera más vulnerable a ser abusada y al estudio de alteraciones psicopatológicas en el agresor. Estudios posteriores demostraron que, en muchas ocasiones, se confundía la etiología con las consecuencias del maltrato y que, por tanto, muchas características en la personalidad de las mujeres que se habían mencionado como previas al maltrato, eran en realidad secundarias al mismo.

A pesar de que numerosos estudios ponen de manifiesto que las mujeres maltratadas acuden con más frecuencia que la población general a los servicios sanitarios, particularmente a Atención Primaria, a Servicios de Urgencias y a Servicios de Salud Mental, existen numerosos obstáculos relacionados con el profesional, la víctima y el proceso de tratamiento, que dificultan la detección y la intervención adecuada en mujeres víctimas de violencia de género produciéndose lo que se denomina “victimización secundaria”. Describiremos brevemente algunas de estas dificultades:

Dificultades en relación con los profesionales:

Por parte de los profesionales, las dificultades se relacionan, entre otras, con: falsas creencias y prejuicios que minimizan los efectos de la violencia; consideración de que la intervención en cuestiones de violencia (salvo las consecuencias físicas directas) es un tema que concierne a la ley y a los servicios sociales; sensación de incapacidad y falta de formación para poder orientar y tratar estas situaciones en el escaso tiempo disponible en consultas; actitudes defensivas ante el temor de que las víctimas realicen “acusaciones falsas”, y situaciones contratransferenciales.

Un aspecto importante a considerar son los prejuicios relacionados con la forma en que se abordó inicialmente el maltrato desde diferentes modelos teóricos. Así, durante varias décadas numerosos autores señalaron que el masoquismo femenino jugaba un papel fundamental en la génesis y el mantenimiento del maltrato. Otras perspectivas, por ejemplo las aproximaciones tradicionales sistémicas, consideraron que el abuso físico o sexual cumplía un papel en el mantenimiento del sistema familiar y que cada miembro participaba activamente en perpetuar esta disfunción familiar. Afortunadamente, en la actualidad distintos autores desde distintas aproximaciones epistemológicas, han criticado la conceptualización y el abordaje que se ha realizado en el tema que estamos tratando.

Dificultades relacionadas con el proceso:

Es importante tener en cuenta que la violencia en la pareja no suele comenzar de modo repentino. Aunque las estrategias que utiliza el maltratador son muy variadas, describimos algunos ejemplos de gestación de una relación de maltrato, que pensamos pueden ser ilustrativos para entender la complejidad de estos procesos.

Al comienzo de la relación suelen predominar tácticas coercitivas sutiles: por ejemplo, persuadir a la mujer para que abandone relaciones con sus amigos o familiares, argumentando “que pasa poco tiempo con él” o que “esas relaciones no la favorecen”; sugerir que abandone el trabajo o estudios; controlar gastos económicos; control del tiempo; acusaciones de coqueteo o infidelidad, etc. Poco a poco van añadiéndose descalificaciones, humillaciones en público, etc. En estas primeras fases, la mujer no suele ser consciente de que lo que le está ocurriendo se relaciona con la gestación de un proceso de maltrato. Además, estas conductas suelen alternar con otras en las que el agresor se muestra amable y solícito y expresa que su comportamiento tiene que ver “con que desea lo mejor para ella”. El efecto que estas conductas tienen en las mujeres, es una merma de su autoestima y un aumento de sus sentimientos de inutilidad y culpabilidad por ser incapaz de mantener una relación satisfactoria.

Este déficit de autoestima hace que la mujer tenga cada vez más dificultades para detectar que está siendo maltratada y, en el caso de que lo detecte, su inseguridad y sentimientos de incapacidad le harán creer que no es capaz de poner fin a la relación. Con el tiempo van aumentando las descalificaciones, humillaciones, agresiones verbales y desautorizaciones delante de los hijos y de otras personas del entorno. Pueden añadirse rotura de objetos, agresiones a animales de compañía, amenazas y todo 2
tipo de agresiones físicas y sexuales. Las expresiones de arrepentimiento, perdón y “sentimientos de no poder vivir sin ella” provocan aún más desconcierto y confusión en la mujer y le hace creer en un posible cambio. En función de la fase del proceso en el que esté la mujer, el acercamiento al profesional sanitario va a ser distinto.

Dificultades relacionadas con las víctimas:

En las primeras fases es frecuente la falta de reconocimiento del abuso. Más adelante, aunque la mujer sea consciente de ser abusada, es habitual que muestre resistencias a comentar su situación con el profesional sanitario. Estas resistencias se relacionan, entre otros factores, con la vergüenza y la culpa que les produce ser maltratadas por su pareja. Además, las víctimas pueden sentir miedo a posibles represalias del agresor. La propia dinámica del maltrato provoca en las víctimas desestabilización, confusión, y ambivalencia, lo que les lleva a soportar situaciones extremas, a veces manifestando “amor” al agresor y deseos de ayudarle.

En los profesionales, esta “justificación” del agresor y esta ambivalencia en el relato de las víctimas, produce dificultad para entender el proceso y errores en el abordaje terapéutico. Aunque las personas que son víctimas de relaciones violentas lleguen a una consulta y no hagan referencia a los distintos tipos de violencia que sufren, la detección y la asistencia oportuna y apropiada es una responsabilidad de los profesionales.

Como ya comentamos, más allá de la evidencia de lesiones físicas, existen violencias simbólicas que son inculcadas socialmente y que han sido asimiladas por las personas e instituciones.

Dificultades relacionadas con los efectos que el maltrato produce en la salud mental de las víctimas:

Pasamos a describir más pormenorizadamente algunos de los síntomas que pueden encontrarse en mujeres maltratadas (aunque expliciten o no el maltrato) en relación con el tipo de estrategia usada por el agresor:

-Cuando las conductas de maltrato de baja intensidad se transforman en habituales, se produce el fenómeno de naturalización de la violencia. Las mujeres se “habitúan” a ser humilladas, a no tomar decisiones, etc. Desde un punto de vista psicopatológico son frecuentes cuadros distímicos, síndromes ansiosos, somatizaciones diversas…En estos casos, las mujeres no suelen relacionar sus síntomas con su situación de abuso (es infrecuente el autorreconocimiento de ser maltratadas) y suelen tener una imagen de si mismas desvalorizada y justificar al agresor.

-Cuando las amenazas y demás actitudes violentas son intensas y persistentes, la víctima con frecuencia incorpora estos sistemas de creencias como un modo defensivo frente a la amenaza potencial que implicaría diferenciarse. Este efecto ha sido descrito por algunos autores como “lavado de cerebro” y persuasión coercitiva. Esta situación puede provocar que cuando se la intente ayudar, su reacción sea exponer que “ella es culpable de lo que le sucede” y no acepte ayuda. En muchos casos retiran las denuncias que formulan y la actitud con los profesionales es de oposición, culpabilizando al entorno y a las figuras que le han protegido de haberse entrometido en su intimidad. Suelen provocar desgaste en los profesionales que les atienden.

Estas manifestaciones pueden confundirse con trastornos de personalidad.

-Si las experiencias aterrorizantes son extremas y reiteradas, el efecto es el “entumecimiento psíquico” en el que las víctimas se desconectan de sus sentimientos y se vuelven sumisas (Sluzki, 1994).

La justificación de la conducta del agresor y el autocastigo alcanzan niveles máximos. En este sentido, algunos autores (Vázquez, 1999) describen que una mujer empieza a manifestar características de afectación psicológica debidas a la relación, cuando la identidad de la mujer se encuentra afectada, en el sentido de un no autorreconocimiento que puede a veces confundirse con cuadros de despersonalización.

En muchas ocasiones, las víctimas hablan de una sensación de miedo indefinido y difuso que no son capaces de poner en relación con ninguna circunstancia. Pueden hablar de desconfianza, inseguridad, recelo en las relaciones, etc. lo que nos puede plantear diagnósticos diferenciales con rasgos paranoides de personalidad o trastornos psicóticos.
Violencia psicológica

Con respecto a la violencia psicológica, resulta fundamental considerar que en el ámbito de las relaciones interpersonales la conducta violenta es sinónimo de poder que tiene como objeto conseguir que el otro se sienta en una posición de desequilibrio.

En muchas ocasiones la violencia psicológica se produce bajo el modelo del doble vínculo (existencia de dos mensajes contradictorios en una relación significativa en la que no es posible metacomunicar). Este tipo de comunicación crea en la mujer confusión, alteraciones en su identidad e imposibilidad de metacomunicar. Marie France Hirigoyen (1999) define el proceso seguido como acoso moral.

El agresor persigue la destrucción de la víctima. Esta destrucción puede traducirse en diversos problemas de salud mental: trastornos depresivos y ansiosos, desestabilización emocional grave, ideación referencial, sentimientos de culpa y minusvalía, intentos de suicidio… Hirigoyen llama a estos agresores "perversos narcicistas". Con este nombre define a aquellas personas que no han podido construir una identidad propia y necesitan destruir la identidad de los demás para sobrevivir.

El acoso moral se produce en un lenguaje totalmente indirecto, lo cual permite al violento negar la agresión. Ésta se traduce en alusiones, insinuaciones y otros signos realizados con lenguaje no verbal, que pertenece al registro de lo intuitivo y ante el cual resulta más difícil defenderse. El agresor sabe manejarse en un contexto ambiguo. Un abrazo lleno de afecto, un beso, un elogio – dependiendo del contexto – se combinan con miradas cargadas de desprecio, odio o frases aparentemente inocentes destinadas a minar la autoestima de la víctima. Esta ambigüedad busca que la víctima no sea capaz de localizar la agresión, de percibirla y por lo tanto, no sea capaz de defenderse ante ella.

La autora distingue dos fases del proceso de acoso: seducción y agresión. En la primera fase, el agresor examina a la víctima, localiza sus puntos débiles, sus inseguridades y va creando un área de influencia en torno a la víctima para conseguir manipularla. Esta manipulación da una clara sensación de poder. La segunda fase es la fase de violencia que se produce cuando la víctima es capaz de percibir la agresión. En esta fase la víctima siente miedo lo cual va generando un proceso de desestabilización y pérdida de identidad.

ASOCIACIÓN MUJERES PARA LA SALUD

La violencia psicológica de género

CONSECUENCIAS DE LA VIOLENCIA DE PAREJA

POR: BEATRIZ SARRIÓN SORO http://medicablogs.diariomedico.com


El número de mujeres víctimas de violencia de pareja es elevado. En España, se estima que esta violencia afecta al 20-25% de las mujeres. Además de las consecuencias dramáticas de las que somos testigos a través de los telediarios con demasiada frecuencia, existen otras consecuencias que no por ser menos visibles, son menos importantes. A continuación, vamos a analizar las consecuencias psicológicas que esta violencia tiene en sus víctimas.

Se considera que las consecuencias psicológicas de la violencia son más frecuentes y graves que las físicas, salvo casos excepcionales como los de muertes o lesiones graves. Entre éstas, según metanálisis de Golding (1999, citado en Labrador, Fernández-Velasco y Rincón, 2010), destaca la prevalencia del trastorno de estrés postraumático (TEPT) (63,8%) y la depresión (47,6%), señalándose también una elevada frecuencia de trastornos de ansiedad y problemas de abuso de sustancias (18,5% del alcohol y 9% de drogas). También se ha señalado la alta frecuencia de problemas de autoestima y desadaptación social.

La sintomatología postraumática es la sintomatología característica de estas víctimas.Los síntomas más frecuentes son:

  • Dificultades de concentración.
  • Hiperactivación constante. Puede ser consecuencia de la imposibilidad de predecir y controlar la ocurrencia de los episodios violentos y su percepción de que en cualquier momento puede ser agredida, en especial en el hogar.
  • Pérdida de interés por actividades significativas.
  • Sensación de futuro desolador.
  • Recuerdos intrusivos. La experiencia prolongada y repetida de los episodios agresivos explicaría la frecuente presencia de recuerdos intrusivos.
  • Evitación de pensamientos y sentimientos. Respecto a las conductas de evitación, son elevadas las de evitación de sentimientos, pero no las de lugares o actividades. Es lógico: el principal lugar a evitar es el hogar y éste, salvo que lo abandonen, no pueden evitarlo.
  • Malestar psicológico.

Como vemos, las características específicas de la violencia pueden explicar la sintomatología del TEPT en estas víctimas.

La depresión es también un trastorno frecuente en estas mujeres. Varios factores pueden contribuir a esto:

  • La sensación de fracaso personal.
  • El deterioro de redes sociales y/o familiares.
  • La pérdida de poder adquisitivo.
  • La alteración de todas las áreas de la vida cotidiana.

Existen diversos factores que contribuyen a que estas mujeres tengan una baja autoestima y una inadecuada concepción de sí mismas, como son:

  • La autocrítica.
  • La responsabilidad aprendida de la situación violenta.
  • La sensación de fracaso por no dar el paso para romper el ciclo.
  • La culpa.
  • La convivencia con una persona que de forma reiterada intenta convencer a la mujer de que es una inútil, no sirve para nada o incluso anula su capacidad de tomar decisiones, también parece determinante.

Por otro lado, los valores de inadaptación son muy elevados. La mayoría ve afectada su vida cotidiana como consecuencia de la violencia, generándose una desestructuración vital a distintos niveles:

  • Laboral (absentismo o abandono del trabajo).
  • Social (limitaciones para relacionarse con otras personas).
  • Del tiempo libre (aislamiento, control, trámites legales, juicios, etc.).
  • Familiar (afectación hijos, respuesta negativa de allegados).
  • De pareja (desconfianza para restablecer relación de pareja).

Las consecuencias psicológicas de la situación de maltrato son especialmente graves (depresión, TEPT, ansiedad, baja autoestima, dificultades para recuperar el ajuste en el área social). Es importante hacer visible que el problema del maltrato no termina cuando la mujer se aleja del agresor y que necesita apoyo psicológico y social para superar las consecuencias de esta situación.

EL MALTRATO PSICOLÓGICO EN LA PAREJA



POR Macarena Blázquez Alonso Juan Manuel Moreno Manso

www.inefoc.net


La sociedad occidental está sujeta a constantes cambios sociales que inciden en la relación de pareja. De hecho, hoy cohabitan diversos patrones que configuran este tipo relación: noviazgo, matrimonio, parejas de hecho, parejas homosexuales, sujetos divorciados que conviven de nuevo con su excónyuge, etc. (Salazar, Torres y Rincón, 2005).


Podemos decir, partiendo del modelo tradicional de pareja compuesto por hombre y mujer, que existe violencia en el seno de la misma cuando se crea entre ambos una situación de abuso de poder en que la persona más fuerte y con más recursos, habitualmente el hombre, trata de controlar a su pareja, arremetiendo física, psicológica, sexualmente contra ella, a la vez que la percibe como vulnerable e indefensa y la convierte en fuente de desahogo de sus frustraciones cotidianas (Dutton y Golant, 1997). De esta manera, todo parece indicar que el maltrato físico es el tipo de maltrato más evidente y el que es más fácil de identificar, por eso suele ser al que se da más importancia, tanto en el ámbito personal como en el social. Otra razón puede ser debida a la menor importancia que se le da a la violencia psicológica al considerarla objeto de menor repercusión en la salud del individuo que la soporta (Castellano, García, Lago y Ramírez, 1999).


Aunque el abuso físico puede ocurrir sin abuso emocional, lo más frecuente es que el maltratador comience con maltrato psicológico y acabe con maltrato físico. No obstante, no siempre es así necesariamente, y a veces nunca llegan a dar el paso al maltrato físico y continúan con el abuso emocional durante años (Loring, 1994). Cuando el abuso emocional va acompañado de agresión física, es habitual que éste describa el patrón cíclico de violencia que formuló Walker en su Teoría del ciclo de la violencia conyugal (1984).


De cualquier forma, algunos trabajos apuntan que en los casos de violencia física en la pareja, las manifestaciones de maltrato emocional son previas, ocasionándose graves consecuencias en la salud del que la sufre (Follingstad, Rutledge, Berg, Hause, Polek, 1990) y con un impacto psicológico igual o mayor al provocado por las agresiones físicas (Henning y Klesges, 2003; Marshall, 1992; Sackett y Saunders, 1999; Street y Arias, 2001). Asimismo Walker (1979) y Follingstad et al. (1990) hallaron que la mayoría de víctimas estudiadas juzgaban la humillación, la ridiculización y los ataques verbales como más desagradables que la violencia física experimentada, lo que también se recoge así en un informe de la OMS (1998) que indica que el peor aspecto de los malos tratos no es la violencia misma, sino la "tortura mental" y el "vivir con miedo y aterrorizados".


Por otra parte, si apenas se ha concedido importancia al estudio del maltrato emocional en las relaciones de pareja, cuando se trata de analizar la presencia de indicadores de esta forma de abuso en las relaciones de noviazgo, la información es aún más escasa.

Un estudio realizado por Deal y Wampler (1986), con una muestra de 410 universitarios (295 mujeres, 115 hombres) reveló que el 47% experimentaron alguna violencia en sus relaciones de noviazgo. La mayoría de las experiencias eran recíprocas, llegando a alcanzar tasas similares de violencia entre hombres y mujeres en el curso de sus relaciones de noviazgo (Laner y Thompson, 1982).


Un inconveniente de estos estudios es que en los mismos, no se delimita la prevalencia de los diferentes tipos de violencia. Un ligero avance, lo supone la investigación de McKinney (1986). Autor que a partir de una muestra de 163 universitarios (78 hombres y 85 mujeres) concluyó que el 38% de las mujeres y el 47% de los hombres declaraban ser víctimas de abusos psíquicos en sus relaciones de noviazgo. Stets y Pirog-Good (1987), a partir de una muestra de 505 universitarios, encontraron que los celos eran un factor determinante que explicaba la violencia en el noviazgo por parte de las mujeres.


Muñoz-Rivas, Graña, O’Leary y González (2007) han analizado la presencia de comportamientos violentos de carácter psicológico y físico en las relaciones de noviazgo en estudiantes universitarios. Los resultados destacan la alta prevalencia de ambos tipos de agresión en las relaciones interpersonales, encontrando diferencias importantes en cuanto a su tipología entre sexos. Así, la violencia de carácter psicológico (analizada por la presencia de agresiones verbales y comportamientos coercitivos y celosos) y la agresión física resultaron ser significativamente superiores en el caso de las mujeres, aunque las consecuencias para la salud derivadas de la misma son más negativas para ellas.


Asimismo, en algunos estudios se ha investigado la relación entre la hostilidad y el estilo de afrontamiento, llegando a concluir la existencia de correlación entre ambos, es decir, entre ser víctima de agresiones verbales crónicas, de maltrato físico / psíquico o de abuso económico y utilizar mecanismos de afrontamiento pasivos y de evitación, encontrando que las víctimas de estos tipos de violencia, mostraban mayores tasa de agresividad en la escala de hostilidad y eran más propensas a tener este tipo de estilo de afrontamiento pasivos en lugar de utilizar estrategias activas de afrontamiento frente a los problemas (Comijs, Jonker, Van Tilburg y Smit, 1999). Los estudios de Birchler (1973), Gottman (1979) y Cáceres (1992, 2007) ponen de manifiesto que las parejas con tasas elevadas de conflictividad se comunican de manera diferente de las parejas armoniosas. Estas diferencias tienen que ver con lo que dicen, pero, especialmente, con cómo lo dicen, las secuencias que siguen, y el grado de ensamblaje fisiológico que se produce entre ellos en la medida en que se continua la discusión. Estos hallazgos, de modo indirecto corroboran estudios anteriores (Marshall, 1999) donde se concluye que la violencia psicológica en la pareja abarca tanto conductas que parecen obvias, como la amenaza o la humillación como otras más sutiles tales a la desconsideración de las emociones de la otra persona.


- Una violencia que no se ve


La conducta violenta en la pareja supone el uso de la fuerza para resolver conflictos interpersonales en un contexto de desequilibrio de poder permanente o momentáneo (Corsi y Dohmen, 1995). Nos encontramos ante un tipo de violencia “invisible” (Asensi, 2008; Bonino, 1998) que puede entenderse como cualquier conducta, física o verbal, activa o pasiva, que atenta contra la integridad emocional de la víctima, en un proceso continuo y sistemático (Loring, 1994) a fin de producir en ella intimidación, desvalorización, sentimientos de culpa o sufrimiento (López, 2001; McAllister, 2000; Villavicencio y Sebastián, 1999).


Algunos autores, afirman que en las relaciones interpersonales la conducta violenta es usada para causar daño a otra persona como sinónimo de abuso de poder. Sin embargo, en la violencia emocional no hay registro del daño por parte de la persona abusada, porque en la mayoría de los casos el abuso se fundamenta en el amor (Ravazzola, 1997). Matthews (1984), con una muestra de 351 universitarios, 123 hombres y 228 mujeres, reveló que 79 personas, el 22.8% de la muestra, narraron al menos un incidente de violencia en el noviazgo. Las personas de ambos sexos admitieron su responsabilidad conjunta en el comportamiento violento, y ambos sexos, tanto en su papel de receptores o de emisores de agresiones interpretaron la violencia como una manifestación de "amor".



En el contexto de la violencia de género, datos del Instituto de la Mujer (2002), señalan que el maltrato psicológico es la forma de maltrato más común entre la mujeres que se auto clasifican como maltratadas, seguido del maltrato sexual, estructural, físico y económico. A su vez, nos encontramos con que la violencia psicológica puede ser inherente a la violencia física, anteceder a la misma, o bien se puede dar al margen de estas agresiones. En cualquiera de estos casos, el abuso emocional es más difícil de identificar y evaluar que el resto (McAllister, 2000; Walker, 1979), por lo que se sugiere que su severidad sea estimada en función tanto de la frecuencia con la que se da como del impacto subjetivo que supone para la víctima (Walker, 1979). No obstante, se han desarrollado varios instrumentos para medirla y existen diversos estudios que demuestran que sus consecuencias son al menos tan perniciosas como las del maltrato físico (O’Leary, 1999). Algunos ejemplos de este tipo de maltrato son: las humillaciones, descalificaciones o ridiculizaciones, tanto en público como en privado, aislamiento social y económico, amenazas de maltrato a ella o a sus seres queridos, destrucción o daño a propiedades valoradas por la víctima (objetos o animales), amenazas repetidas de divorcio o abandono, etc. También lo son la negación de la violencia y la atribución de responsabilidad absoluta a la víctima en los episodios de maltrato, así como todos aquellos comportamientos y actitudes en los que se produce cualquier forma de agresión psicológica.


Taverniers (2001) recogió un amplio listado de conductas indicadoras de maltrato psicológico y las categorizó en función del grado de evidencia de las mismas llevado a la práctica. Algunos estudios han considerado como categorías distintas al maltrato emocional las siguientes: el maltrato económico o financiero, que alude al control absoluto de los recursos económicos de la víctima; el maltrato estructural, que se refiere a diferencias y relaciones de poder que generan y legitiman la desigualdad; el maltrato espiritual, que alude a la destrucción de las creencias culturales o religiosas de la víctima o a obligarla a que acepte un sistema de creencias determinado (Instituto de la Mujer, 2000); y el maltrato social, que se refiere al aislamiento de la víctima, privación de sus relación sociales y humillación en éstas (Instituto de la Mujer, 2002). Sin embargo, se prefiere considerar estos tipos de maltrato, como subcategorías del maltrato psicológico, ya que apuntan al control de la pareja a través de la creación de un fuerte sentimiento de desvalorización e indefensión.


Actualmente, Asensi (2008) reafirma la pertenencia del maltrato económico o financiero al maltrato emocional como una forma de monopolizar a la víctima, y engloba los indicadores señalados por Taverniers (2001) en los siguientes apartados:


1. Abuso verbal: - Rebajar.

- Insultar. - Ridiculizar. - Humillar. - Utilizar juegos mentales e ironías para confundir. - Poner en tela de juicio la cordura de la víctima.


2. Abuso económico: - Control abusivo de finanzas, recompensas o castigos monetarios. - Impedirle trabajar aunque sea necesario para el sostén de la familia. - Haciéndole pedir dinero.


- Solicitando justificación de los gastos. - Dándole un presupuesto límite. - Haciendo la compra para que ella no controle el presupuesto, etc.


3. Aislamiento: - Control abusivo de la vida del otro, mediante vigilancia de sus actos y

movimientos. - Escucha de sus conversaciones. - Impedimento de cultivar amistades. - Restringir las relaciones con familiares, etc.


4. Intimidación:

- Asustar con miradas, gestos o gritos.

- Arrojar objetos o destrozar la propiedad.

- Mostrar armas.

- Cambios bruscos y desconcertantes de ánimo.

- El agresor se irrita con facilidad por cosas nimias, manteniendo a la víctima en un estado de alerta constante.


5. Amenazas con: - Herir.

- Matar. - Suicidarse. - Llevarse a los niños. - Hacer daño a los animales domésticos. - Irse. - Echar al otro de casa.


6. Desprecio y abuso emocional: - Tratar al otro como inferior. - Tomar las decisiones importantes sin consultarle. - Utilización de los hijos. - Se la denigra intelectualmente, como madre, como mujer y como persona.


7. Negación, minimización y culpabilización.

En cualquiera de sus modalidades, lo que caracteriza fundamentalmente al abuso emocional es su carácter sistemático y continuo (Loring, 1994), de manera que, aún cuando no existe violencia física, provoca consecuencias muy graves desde el punto de vista de la salud mental de las víctimas. Como en el caso del trastorno de estrés postraumático, que puede ser diagnosticado en personas que han sufrido “exclusivamente” maltrato psicológico crónico (Echeburúa y Corral, 1996). En un estudio con 50 mujeres víctimas de maltrato físico o psicológico severo, el 38% cumplía criterios para el diagnóstico de depresión mayor, con tasas de depresión significativamente más altas para aquellas mujeres que vivieron maltrato psicológico, que para las que padecieron maltrato físico (O’Leary, 1999).


En 1999, el Instituto Andaluz de Criminología de la Universidad de Sevilla, realizó un estudio epidemiológico sobre la violencia en la pareja, tomando como base para realizar una encuesta: la Canadian Violence Against Women Survey (Johnson, 1996), la Revised Conflict Tactic Scale (CTS2) (Strauss, Hamby, Boney-McCoy y Sugarman, 1996) y la National Family Violence Survey 2 (NFVS2) (Strauss y Gelles, 1990). La investigación se realizó con una muestra de 2015 mujeres, de las que 284 (14%) se identificaron a sí mismas como víctimas de abuso. La aplicación del CTS2 reveló que la forma de abuso de mayor incidencia era el maltrato psicológico (en un 57,73% de las mujeres, siendo el severo en el 15,21 de las mismas). A continuación se situaba el maltrato físico, en un 8,05% de las víctimas.


No obstante, a pesar de la evidencia de estos datos que señalan al abuso emocional como la cara más corrosiva del maltrato en la pareja, y que la utilización de estrategias de abuso psicológico es susceptible de producirse, en alguna medida, en cualquier relación de interacción continuada entre dos o más personas, nos encontramos ante una realidad sesgada que sigue concediendo primacía al estudio del maltrato físico en la pareja en detrimento del maltrato psicológico. De esta forma, las opciones de interpretación del origen del mismo resultan bastante limitadas quedando reducidas al terreno del paradigma sociocultural, vigente en la actualidad y altamente explicativo en el fenómeno de la violencia de género. Dicho modelo constituye una critica a la cultura patriarcal en que vivimos y sostiene que la violencia conyugal es una consecuencia de la adquisición de la identidad de género, en la que los varones son socializados para dominar y agredir a los débiles y a las mujeres (Baca, 1998; Callirgos, 1996). Argumento que, como es obvio, no resulta aplicable al terreno de las emociones (Blázquez, Moreno y García-Baamonde, 2008) ya que, a la hora de experienciar la realidad, tanto el hombre como la mujer tienen la misma capacidad de atentar contra el otro en la pareja. La evidencia clínica muestra que una vez iniciado el conflicto, y a medida que va en aumento, el sexo del agresor no resulta un factor determinante a la hora de acometer malos tratos psicológicos muy agudos y dañinos (Steinmetz, 1980, 1981).


Por último, nos gustaría destacar en esta dirección la necesidad de poner en marcha estudios que favorezcan el conocimiento de aspectos tales a la prevalencia de indicadores y/o manifestaciones de violencia psicológica en las relaciones de pareja, los factores de riesgo que favorecen la aparición y el mantenimiento del maltrato emocional, así como de poner en marcha iniciativas dirigidas a prevenir las formas de violencia psicológica que desencadenan el maltrato físico futuro en la relaciones de pareja. Para ello, es importante empezar a identificar la amplia gama de síntomas psicológicos y comportamentales consecuentes a la violencia en la pareja que se encuentran asociados a las distintas dimensiones que forman parte de la Inteligencia emocional (Blázquez y Moreno, 2008).


Por este motivo, consideramos de vital importancia la integración en el ámbito educativo, dentro del contexto de la Educación Secundaria, actuaciones dirigidas a prevenir la conflictividad en las relaciones de pareja a través de la implementación de programas basados en el entrenamiento de competencias comprendidas en la Inteligencia Emocional (Blázquez y Moreno, 2008) que permitan introducir cambios de actitud y comportamientos del alumnado en relación a la pareja. Sólo así, se facilitará la protección de conductas de riesgo y la potenciación de hábitos saludables en lo relativo a la convivencia en pareja, la planificación de medidas preventivas al respecto y se proporcionará la metodología pertinente con vistas a reducir las dificultades e impedimentos que ocasiona el abuso emocional en la pareja.

CONSECUENCIA EN LOS HIJOS

Dado que ya se ha hablado y ofrecido información y orientación a las mujeres víctimas de la violencia de género, yo he preferido centrarme en esas otras víctimas invisibles de este tipo de violencia: los niños -hijos e hijas de la violencia doméstica-. Niños expuestos a situaciones de malos tratos.


Con esta ponencia pretendo plasmar una visión general aunque esquemática de lo que sabemos sobre el maltrato infantil en tanto que modalidad específica de violencia doméstica.


A lo largo de la exposición nos iremos deslizando por diferentes niveles de análisis.

Introducción



En este marco, definimos la violencia familiar (Cantera, L. 2002. Maltrato infantil y violencia familiar de la ocultación a la prevención. Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo en El Salvador. PNUD 32 pp.) como un comportamiento consciente e intencional que, por acción o inhibición, causa a otro miembro de la familia un daño físico, psíquico, jurídico, económico, social, moral, sexual o personal en general. La violencia de género se refiere al maltrato físico, psíquico o sexual que reciben mujeres por parte de hombres con quienes han vivido o siguen viviendo una relación íntima.


La violencia de género (según la Ley Integral contra la violencia de género, 2004) se trata de una violencia que se dirige sobre las mujeres por el hecho mismo de serlo, por ser consideradas, por sus agresores, carentes de los derechos mínimos de libertad, respeto y capacidad de decisión.


Recientemente está dejando de ser considerada un asunto privado y cobra la relevancia de un problema social que debe ser comprendido y prevenido.


Definimos el maltrato infantil (Centro Internacional de la Infancia de París) como cualquier acto por acción, omisión o trato negligente, de carácter no accidental, realizado por individuos, por instituciones o por la sociedad en su conjunto, y todos los efectos derivados de estos actos o de su ausencia que priven a los niños de su libertad o de sus derechos correspondientes y/o que dificulten su óptimo desarrollo.


Quiero incidir y resaltar que además de ser altamente probable que los niños sean también víctimas directas de violencia física o psicológica en situaciones de maltrato doméstico, los hijos de las mujeres maltratadas son receptores directos de la violencia contra sus madres, aunque ellos directamente no hayan recibido ni un solo golpe.


Vivenciar la angustia de la madre maltratada, su temor, inseguridad, tristeza, les produce una elevada inseguridad y confusión. Esa angustia se traduce en numerosos trastornos físicos, terrores nocturnos, enuresis, alteraciones del sueño, cansancio, problemas alimentarios, ansiedad, estrés, depresión...


La UNICEF señala que aunque no se les ponga la mano encima, presenciar o escuchar situaciones violentas tiene efectos psicológicos negativos en los hijos. Aunque no sean el objeto directo de las agresiones, padecen violencia psicológica, que es una forma de maltrato infantil y que la Convención Internacional de los Derechos del Niño -ratificada por España- considera una forma de maltrato infantil y la recoge en el artículo 19 como "violencia mental".


Los niños no son víctimas sólo porque sean testigos de la violencia entre sus padres, sino porque "viven en la violencia". Son víctimas de la violencia psicológica, a veces también física, y que crecen creyendo que la violencia es una pauta de relación normal entre adultos (Save the Children, ONG)


Pero lo peor, al estar en fase de crecimiento y desarrollo madurativo, conforman su personalidad en función de la violencia y la toman como modelo, interiorizando los roles de maltratador o maltratada. Interiorizan patrones de comportamiento violentos y no discriminan lo que es adecuado o está bien, de lo que es injustificable.
En la mayoría de los casos la violencia se produce en etapas donde los niños maduran su desarrollo psicológico. Las agresiones de una figura primordial de referencia en su desarrollo (el padre) sobre el agente de socialización por excelencia (la madre). Los hijos de un maltratador crecen inmersos en el miedo. Ellos y ellas son candidatos al diagnóstico de toda la variedad de trastornos por estrés traumáticos, depresiones por desesperanza o de posibles trastornos de personalidad. Todo ello sin un solo golpe, sin un maltrato "directo". El ejercicio de la Violencia Doméstica siempre afecta a los niños, siempre, bien como receptores, bien como testigos.


Me dirijo en este caso a las madres, que como víctimas en ocasiones no pueden, y en otras no son conscientes de que sus hijos, aunque no sean directamente agredidos, sí lo están siendo de forma indirecta, sólo por el hecho de presenciar o vivir una situación de violencia en el ámbito familiar. Y los efectos de la violencia sobre los niños, de todas las edades, son terribles.


A grosso modo, las consecuencias para estos niños de la violencia familiar son gravísimas, tanto a corto, como a largo plazo. De hecho, los trastornos y problemas psicológicos y sociales que presentan estos niños son similares a los que presentan sus madres como víctimas de violencia de género. Es decir, los niños en esta situación, insisto, también están siendo agredidos.


Es un mito, dentro de la violencia contra la mujer, que la conducta violenta del agresor a la mujer no es un riesgo para los hijos. Sin embargo, muchísimos estudios prueban que los hijos, sean víctimas directas o indirectas, padecen enormes consecuencias negativas, tanto para su desarrollo físico como psicológico, tanto efectos a corto como a largo plazo, afectando a sus emociones, pensamientos, valores, comportamiento, rendimiento escolar y adaptación social. Manifiestan conductas externas: agresivas, antisociales, desafiantes... e internalizadas: inhibición, miedo, baja autoestima, ansiedad, depresión, síntomas somáticos...


Efectos en los niños, víctimas o testigos, de la violencia de género



Las alteraciones detectadas en los niños/as afectan a diferentes áreas: física, emocional, cognitiva, conductual y social (Wolak, 1998):


Problemas físicos:


- Retraso en el crecimiento.
- Dificultad o problemas en el sueño y en la alimentación.
- Regresiones.
- Menos habilidades motoras.
- Síntomas psicosomáticos (eczemas, asma...).
- Inapetencia, anorexia.


Problemas emocionales:


- Ansiedad.
- Ira.
- Depresión.
- Aislamiento.
- Baja autoestima.
- Estrés post-traumático.


Problemas cognitivos:


- Retraso en el lenguaje.
- Retraso del desarrollo.
- Retraso escolar (rendimiento).



Problemas de conducta:


- Agresión.
- Crueldad con animales.
- Rabietas.
- Desinhibiciones.
- Inmadurez.
- Novillos.
- Delincuencia.
- Déficit de atención-hiperactividad.
- Toxodependencias.


Problemas sociales:


- Escasas habilidades sociales.
- Introspección o retraimiento.
- Rechazo.
- Falta de empatía/Agresividad/Conducta desafiante.

Figura 1 - Efectos directos e indirectos de la violencia en hijos de mujeres maltratadas







Los factores que determinan el alcance del impacto de la violencia en los niños son, básicamente:
- Edad y nivel de desarrollo.
- Género.
- Tipo, severidad y tiempo de exposición a la violencia.
- Contexto familiar.
- Tipo de intervención social.
- Acumulación de otros factores estresantes.


Transmisión generacional de la violencia. El modelo de aprendizaje




Existen efectos a más largo plazo que se producen en los niños expuestos a violencia en el contexto familiar. El más destacado es el modelo de aprendizaje de comportamientos violentos. Se ha estudiado que estos niños, de mayores, con más frecuencia y probabilidad maltratarán a sus parejas y que las niñas serán víctimas de violencia de género.

Los hijos de la violencia de género están viviendo de forma continuada y prolongada situaciones de violencia y abuso de poder, experiencias que les marcarán en su desarrollo, personalidad, comportamiento y valores en la edad adulta. Aprenden a entender el mundo y las relaciones de forma inadecuada. Tengamos en cuenta que la familia es el primer agente socializador y el más determinante para el desarrollo y la formación de modelos y roles.

Las relaciones familiares violentas influirán en el significado que el niño atribuya a las relaciones interpersonales, y más concretamente a las relaciones entre géneros, entre hombres y mujeres. Estos patrones violentos de comportamiento y relación se aplicarán a sus propias relaciones, desarrollando conductas sexistas, patriarcales y violentas.

Algunos autores llegan a la conclusión de que los menores expuestos a violencia hacia su madre desarrollarán unas creencias y valores asociados a la violencia de género, tales como:

1) El hombre es el que manda en la familia; todos los demás deben obedecerle.

2) Las mujeres son inferiores al hombre y no tienen los mismos derechos.

3) Si un hombre golpea a una mujer es porque se lo merece o porque ella lo provoca.

4) El pegar a las mujeres es normal, es frecuente y no tiene repercusiones.

5) Si quieres que te respeten tienes que ser violento.


No tienen opción a aprender estrategias más adecuadas de relación interpersonal, de solución de conflictos, flexibilidad, diálogo, respeto...


Evaluación de los menores víctimas de la violencia de género



- Debemos ser conscientes de las consecuencias negativas que sufren los niños víctimas directas de la violencia doméstica. Asumir que también son víctimas y pueden sufrir graves perjuicios en su desarrollo físico y emocional.


- Prevención/intervención inmediata desde los servicios sociales, psicológicos, sanitarios, educativos, fuerzas policiales, desde el ámbito jurídico, etc. A fin de detectar cuanto antes este problema. También las madres, los vecinos, la sociedad en general.


- A las madres, los psicólogos, profesores, profesionales de la salud, hacer un llamamiento para estar atentos a fin de determinar indicadores/síntomas/trastornos que puedan estar originados por la exposición a la violencia intrafamiliar. (Muchas madres acuden a consulta con diversa sintomatología psicológica sin ser conscientes de que es producida por el maltrato que sufren, a veces, incluso, "empujadas" por el sujeto maltratador, trasladándoles a ellas la culpa de su estado).


- Desde el contexto judicial, en cada situación que indique violencia contra la mujer y en el que haya niños inmersos se debería actuar lo más rápido y eficazmente posible para valorar la victimización infantil.


- En este contexto, la práctica pericial por profesionales, psicólogos adscritos al juzgado, sería la vía a seguir para la realización de una valoración psicológica forense de la existencia de violencia y las consecuencias de ésta en los menores, a fin de tomar medidas oportunas para su protección, reflejando el impacto de la violencia, física o psicológica sobre su salud física o psíquica. Estos informes serían una contribución añadida a las pruebas periciales.


- Atención a la victimización secundaria de las personas que sufren de violencia de género, mujeres y niños. Sufrimiento añadido, que a las víctimas, a los testigos y mayormente a los sujetos pasivos de un delito les infieren las instituciones más o menos directamente encargadas de hacer justicia: policías, jueces, peritos, abogados, fiscales, funcionarios... La victimización secundaria es la respuesta que da el sistema a una víctima, respuesta que la hace de nuevo revivir su papel de víctima, con el agravante que esta nueva victimización se da por parte de las instancias de las que ella espera ayuda y apoyo. Esta vez no es sólo víctima de un delito, sino de la incomprensión del sistema.


- El daño psíquico padecido por las víctimas de malos tratos, más la vulnerabilidad de tales víctimas, lleva a que sea fácil reforzar su victimización, que los hace "revivir" varias veces en una relación asistencial (biomédica, jurídica, psicológica, social, etc.), generadora de victimización secundaria, que victimiza a la víctima de nuevo al obligarla a contar la historia de su trauma por enésima vez, con el consiguiente riesgo de recaída en el daño o dolor padecidos.


- Se debería procurar evitarse que los procedimientos en que las víctimas o los testigos son niños sufran dilaciones innecesarias. El lenguaje y los aspectos formales deberían de tener en cuenta la edad y el desarrollo del menor. Los profesionales que intervienen han de tener experiencia y formación especializada acreditadas. Habría de evitarse que el menor tenga que declarar dos o más veces sobre los mismos hechos. Habría que evitar el enfrentamiento con el agresor, procurar la protección visual del menor, siempre que sea necesario, y preservar la intimidad del menor celebrando el juicio a puerta cerrada.



Si aquí hay madres que han sufrido malos tratos y profesionales implicados en estos asuntos, entenderán lo complicado que resulta a veces hacer entender en los procesos judiciales, la violencia sufrida por los niños.



Ejemplos, muchos y continuos. Siguen prevaleciendo, por desgracia, algunos mitos, como: 1) Si un hombre arremete contra la mujer, no influye en su relación con los niños y 2) la figura paterna es imprescindible para el correcto desarrollo de los menores. Yo haría una puntilla: siempre y cuando la relación del padre con sus hijos no los perjudique. En caso contrario, más vale no contar con la figura paterna, que tener una figura inadecuada y destructiva.


La importancia de una detección precoz del maltrato infantil



Antes de proceder a un repaso de estas herramientas del trabajo preventivo que constituyen los indicadores del maltrato infantil, debemos hacernos las siguientes reflexiones:


1. Los niños y niñas que sufren maltrato suelen presentar problemas en su proceso evolutivo, en los niveles emocional, cognitivo, conductual y social que les dificultan el desarrollo adecuado de su personalidad. De ahí la necesidad de la Prevención en este campo.


2. Considerada esta cascada de efectos negativos para el desarrollo personal de la persona menor maltratada, tiene mucha importancia el detectar cuanto antes el maltrato infantil.


3. La detección precoz del maltrato infantil puede realizarse mediante una lectura inteligente de indicadores del mismo.


4. Estos indicadores consisten en señales de alarma que "indican" una potencial situación de riesgo de maltrato.


5. Un uso adecuado de los indicadores debe tener en cuenta criterios como la frecuencia de las manifestaciones, así como el contexto, el modo, el dónde y el cuándo aparecen y la eventual "constelación" de los mismos.


6. Los indicadores apuntan a circunstancias de riesgo, no son factores determinantes del maltrato infantil. No son causa-efecto.


7. Desde estas reservas, podemos considerar algunos de los indicadores más corrientes en la evaluación precoz del maltrato infantil.



Indicadores en la víctima infantil



En la víctima infantil del maltrato pueden aparecer señales en distintos niveles:


1. Somático y fisiológico



- Cicatrices, hematomas, fracturas, magulladuras, cortes, quemaduras, raspaduras, marcas de mordeduras, etc.
- Trastornos de la alimentación, de la vigilia y del sueño.
- Descuido y suciedad corporales y de la vestimenta.
- Dolores frecuentes y diversos.
- Retrasos en el desarrollo físico, emocional, cognitivo y psicosocial.

2. Actitudinal y emocional


- Nerviosismo, ansiedad, irritabilidad, recelo, vigilancia, aislamiento, hostilidad.
- Cansancio, desmotivación, inapetencia y pasividad.
- Fluctuaciones bruscas en el estado de ánimo.
- Depresión, tristeza y baja autoestima.
- Aversión al contacto físico o a la interacción social con personas adultas.

3. Conductual


- Absentismo escolar reiterado e injustificado.
- Entrada temprana y salida tardía de la escuela.
- Crisis repentina de rendimiento escolar.
- Declaraciones reiteradas de que nadie se ocupa de mí.
- Miedo de regresar a casa.
- Afirmación de que le han maltratado.
- Expresión pública de comportamiento sexual precoz.
- Peleas y discusiones frecuentes.
- Comportamiento agresivo, antisocial y destructivo.
- Explosiones de llanto sin motivo aparente.


8. Intervención



Tres aspectos a tratar, principalmente, en los niños víctimas de violencia familiar:


- Emocional. Ofrecer al niño la posibilidad de ser escuchado y de hablar sobre sus sentimientos a fin de que se libere y normalice sus emociones.


Muchas madres no saben que la violencia que ellas han recibido afecta también a sus hijos.


Aclarar sus dudas, a madres e hijos, y disminuir su incertidumbre.


- Cognitivo. Ayudar al niño a reestructurar sus valores y creencias sobre la violencia.


- Conductual. Ayudarlo en la inseguridad que siente y percepción de falta de control sobre su vida. Manejar la asertividad, planes de actuación de protección, aprender a personalizar recursos y estrategias de afrontamiento y prevención. Enseñarle a manejar la tensión, y posibles conductas resistentes, desajustadas o agresivas.



A modo de conclusión



Así pues, a los hijos e hijas de las mujeres víctimas de la violencia de género los consideramos también víctimas, las víctimas invisibles y por ello necesitan la concienciación, la atención, el apoyo y protección tanto de sus madres y padres como de todos los profesionales inmersos o no en el contexto social-psicológico-sanitario-jurídico.


Destaco una cita de Lorente en su libro sobre violencia de género y suicidio: "Hay muchos ojos que no ven porque sus corazones y sus conciencias no quieren mirar".


Cuando estamos ante una mujer víctima de violencia de género, y es madre, debemos de tomar conciencia de que estamos ante más de una víctima.


Insistir en la victimización secundaria que es un fenómeno que ocurre cuando una víctima de violencia familiar recurre a alguna institución (comisaría, hospital, servicios sociales, juzgado, etc) o a algún profesional (médico, psicólogo, abogado) en busca de ayuda y dichas instituciones o profesionales, quizás poco informados acerca del problema e impregnados por los mitos acerca de la violencia doméstica, se conducen culpando a la víctima. Incurren así en conductas que en lugar de ayudar, convierten a la persona por segunda vez en víctima. Aquí también, la tarea de prevención informando y orientando a la comunidad ayudaría a evitar estas conductas.


Creo necesario insistir en campañas de sensibilización e información a nivel familiar, escolar y social sobre la problemática de la violencia familiar en todas sus modalidades y atendiendo a todas sus víctimas.


Ponencia expuesta en Alicante, el 2 de octubre de 2006 en las Jornadas informativas de violencia de género, organizadas por la Audiencia Provincial de Alicante y el Tribunal Superior de Justicia de la Comunidad Valenciana



AUTOR: Laura Fátima Asensi Pérez


Psicóloga Clínica y Forense

www.psicologiacientifica.com